El insecto en cuestión emite vibraciones audibles y molestas, generadas por el movimiento de sus alas. Huyen de la luz y prefieren la penumbra. Se sienten atraídos por la transpiración. La boca y la nariz expulsan dióxido de carbono, gas que los cautiva, y por eso rondan alrededor de la cabeza. El nacionalista congolés Patricio Lumumba (1925-1961) aconseja con ironía: “No respondas a la picadura de un mosquito con un martillo.”
Sólo el mosquito hembra pica. Se alimenta de sangre al posarse sobre la epidermis, en sus patas tienen los receptores del gusto. Las áreas húmedas son sus escondites preferidos. El Esopo, nacido en el siglo VI antes de Cristo, escribió fábulas, una de ellas narra que un mosquito fastidió a un león al aguijonear su nariz. Así demostró su poder, a pesar de ser diminuto, sobre el corpulento felino rey de la selva.
El humo los espanta. Hay colores que los atraen como el rojo, el negro o el azul, otros los ahuyentan como el blanco, el verde o el violeta. No son seducidos por los matices claros, pero sí por los tonos oscuros. Hay olores con aroma a cítrico que los rechazan como la citronela, la lavanda, el limón o el romero entre otros. El filósofo chino Confucio (551 a.C.- 479 a.C.) sugiere: “No uses un cañón para matar un mosquito.”