viernes, 31 de mayo de 2024

Repelente

“A mal tiempo buena cara.” (Refrán) 

Sabio consejo da ese refrán, el de estar advertidos con medidas preventivas. Es el caso de los repelentes cuya elaboración se comercializa, para ahuyentar la invasión de los mosquitos. De un modo más precario se los aleja con el uso de la citronela, el aceite de soja, la menta, la lavanda y otros elementos de la naturaleza. Aunque, sus efectos son poco duraderos y de garantía relativa. Los más eficaces son los producidos industrialmente, que se venden como cremas, líquidos o en aerosoles. 

Los primeros compuestos de ese resultante repulsivo fueron usados entre los años 1929 y 1937. Desde 1946 se empleó por su efectividad en el personal militar estadounidense. Época en la cual fue de uso constante entre los soldados y por su aplicación disminuyeron sensiblemente los casos de tifus. Esa sustancia química, como la conocemos en nuestros días, recién fue patentada en 1957. 

Una distinción válida es necesaria. Un insecticida mata a esos bichos, pero no un determinado compuesto repulsivo que sólo los ahuyenta. En la convivencia social surgen personas tóxicas, que generan sentimientos negativos, hacen gala de su ego y chantajes emocionales. Para éstas no van ni las fumigaciones ni los repelentes, pero sí medidas efectivas como una toma de distancia prudente y a tiempo.

 En la coexistencia cotidiana es evidente que: “No hay peor ciego que el que no quiere ver.” Esto no ocurre cuando pican los insectos, por más que uno no los vea o no los pueda distinguir, siempre se los considera molestos. De ahí que rechazarlos mejora la calidad de vida y más teniendo a mano un buen repelente.