“No hay camino que no tenga fin.”
(Séneca)
El sentido de la orientación es necesario para evitar dificultades. De ahí la aplicación de instrumentos que lo facilitan. La humanidad siempre usó herramientas para alcanzar una adecuada ubicación terrestre, aérea o acuática. El filósofo francés Jean Paul Sartre (1903-1990) con buen tino decía que “cada hombre tiene que inventar su camino.”
En Atenas (siglo I a C) Andrómico de Cirro, curioso por la trayectoria y la velocidad del aire, inventó la veleta. En su construcción empleó una flecha que giraba sobre su eje impulsada por el viento e indicaba su dirección, en base a los puntos cardinales. El filósofo griego Séneca aludía con razón que “no hay viento favorable para el que no sabe a dónde va.”
Se adjudica el descubrimiento de la brújula a los chinos que la usaban para ubicarse. Ésta consiste en una barra metálica imantada, tipo aguja, cuya cualidad magnética indica el sitio norte-sur. En occidente, a comienzos del siglo XIII, fue el marino italiano Flavio Gioia quien perfeccionó el uso de la brújula en la navegación.
El ir hacia algún lugar implica un deseo e ilusión por llegar a una meta, encontrarse con alguien o con algo. “Uno” es el título del tango escrito por Enrique Santos Discépolo (1901-1951) cuya primera estrofa dice: “Uno busca lleno de esperanzas el camino que los sueños prometieron a sus ansias.” Expresión sincera que se aferra al anhelo de evitar en la vida un rumbo equivocado.