jueves, 27 de febrero de 2014

El salero, su majestad.


Este recipiente, que resguarda la sal utilizada en los quehaceres gastronómicos, tiene apreciaciones dispares. Para unos, es indispensable para sazonar los alimentos y satisfacer los gustos personales. Para otros, es enemigo declarado de todo paladar y se lo aleja de los comensales.

Hasta el siglo XV  se tenía por costumbre extraer la miga de un trozo de pan y en su hueco se colocaba el apetecido cloruro de sodio para servirse de él.

Benvenuto Cellini, (1500-1571) reconocido orfebre italiano, fue quien entregó su obra de arte a Francisco I Rey de Francia diciéndole: El salero, su majestad. 

Tarea que realizó en el período que va desde los años 1540 hasta 1543. Entre los materiales que utilizó se encuentran el ébano, los esmaltes, la plata y el oro. Su altura es de 26 centímetros y su largo mide 33,5 centímetros. Actualmente está valuado en 50 millones de euros y se lo guarda en el Museo de Bellas Artes de Viena (Austria). 

Antaño, el negocio de la sal tenía un costo elevado. Su usufructo hacía la diferencia entre las clases sociales.

Hoy, vale lo que vale y es de fácil adquisición, su uso es más desaconsejado que recomendado. La jerarquía de un salero y su contenido decayó pero aún conserva algo de distinción y, ¿por qué no?, de realeza entre los condimentos.

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