martes, 31 de julio de 2012

Antipatía a los médicos.


En la antigua Roma no eran apreciados los que poseían habilidades para curar dolencias y heridas. Un manto de desconfianza los envolvía y eran discriminados, por ser nómades que provenían de Oriente.

En la ciudad imperial sus habitantes invocaban a los dioses para ser inmunes ante las enfermedades. La diosa salud era venerada y considerada superior a otros dioses protectores, como ser la diosa “Febris” que prevenía de los ataques de fiebre o de la diosa “Uterina” que protegía de los males ginecológicos.

El ilustre Catón apodado el viejo (234 a C- 149 a C) político, escritor y militar, defendió las tradiciones romanas y como “censor” fustigó las costumbres foráneas. A su hijo Marcos le prohibió que consultara a quienes ejercían la medicina por considerarlos charlatanes que divulgaban prácticas enigmáticas.

La animosidad hacia los que ejercían el arte de curar fue menguando gracias a Augusto, primer emperador romano, (63 a C- 14 d C) que fue aliviado de su artrosis por Antonio Musa, un esclavo liberado de origen griego. Su hermano Eufrobo fue el médico personal del Rey Juba II de Numidia, antigua región del norte de África.

Tiberio (42 a C- 37 d C) fue el segundo en la sucesión de gobernar el imperio. Era conocida su preferencia por hacer uso de los medicamentos caseros y su indiferencia por los médicos.

El historiador Plinio “el viejo” (23-79) describe que en Roma sentían antipatía a los médicos, porque sus habitantes confiaban más en los conjuros y en los ritos en honor de sus dioses que en la habilidad de los galenos.