martes, 25 de junio de 2013

Veleta, ¿tener o ser?


El astrónomo griego Andrónico de Cirro,  vivió por el año 100 a C. En Atenas construyó  una torre octogonal   denominada “de los vientos” para  asombro de sus conciudadanos.  En cada uno de sus lados  esculpió  figuras  alusivas  a  las   brisas principales: Norte, Sur, Este y Oeste  y a las secundarias: Noreste, Sureste, Noroeste y Suroeste. En su cúspide  representó al dios tritón sosteniendo  una vara  que giraba según la dirección eólica.

En tiempos pasados era de refinado estilo ubicar una veleta en lo alto de las casas.   Sobre su mecanismo giratorio solían  incorporar  figuras significativas. Un señalador  horizontal,  revelaba la trayectoria  del viento. Un travesaño tendido,  en forma de  cruz, indicaba la orientación de los cuatro puntos cardinales.

El Papa Gregorio I (540 - 604)  dispuso que   las  torres de las iglesias tuvieran  veletas  con la representación  de un gallo. En alusión a la vigilancia que el clero debía asumir en resguardo de la fe  de los creyentes.   El cristianismo del mismo modo recuerda, con este  emblema, que al cacareo de  esa ave el  apóstol  Pedro negó temeroso  a su Maestro y luego se arrepintió amargamente.

Es preferible  tener una veleta a que comenten que uno lo es, por ser   una personalidad antojadiza, cambiante  de opinión y de conducta.